La fotografía permite que la realidad se dimensione en una pausa que se amplifica sobre la percepción de alguien que intenta resignificar la realidad de un modo inagotable y fijando una relación de generosa intimidad con su mundo, más allá de la idea que se tenga de este. Por tal, hay una responsabilidad con los escenarios y los diversos espacios que se retratan, como bien lo demuestra el maestro cañarense Rigoberto Navas, cuyo lente se ha exaltado desde la amplitud de un paisaje hasta la expresión más diciente de un ciudadano que puede ser cualquiera de nosotros y cuyo vigor se revela en un simple flash.
Es, por lo dicho, la impostergable ocasión para rendir tributo a la historia, en esta dadivosa entrega que cuenta con la coordinación de la memorable retratista de los tiempos Judy Blankenship, quien recopiló los trabajos de nuestro fotógrafo, cubriendo el trecho de 1940 a 1960, tiempos en que el Ecuador contó con una decena de presidentes y los tan acostumbrados gestos de reinvención civil que caracteriza a esta orilla del mundo, pero que devela la necesidad constante de revitalizar el nexo indisoluble con nuestra historia y los registros de nuestra cultura, cuyo estandarte jamás debe dejar de levantarse.